Crítica de Megalópolis: La ambición de Francis Ford Coppola se estrella contra su propio peso

Crítica de Megalópolis: La ambición de Francis Ford Coppola se estrella contra su propio peso

En su primera película en más de una década, Coppola nos lleva a un futuro distópico con Megalópolis, una ambiciosa reflexión sobre el estado de la democracia americana. Aunque una apuesta visual impactante, la cinta sucumbe bajo el peso de sus propios excesos narrativos.

Magela Muzio

Magela Muzio

Francis Ford Coppola es uno de los directores más legendarios del cine. A lo largo de su carrera, el cineasta ha dado vida a clásicos como El Padrino, Apocalypse Now y Drácula, de Bram Stoker. A 13 años de su último largometraje, Coppola regresa a la pantalla grande con una obra que mezcla utopía, política y romance.

Megalópolis es su proyecto más arriesgado hasta la fecha, y uno que ha estado en desarrollo por más de cuatro décadas, según el propio director. Fue en 1977 cuando surgió la idea de hacer un filme que trazara un paralelismo entre la caída de Roma y el futuro de Estados Unidos, una metáfora que el director utiliza para criticar la decadencia moral y espiritual de la América contemporánea. En 1983, la idea comenzó a tomar forma y desde entonces pasó años tratando de llevarlo a la pantalla, entre problemas de financiación y el continuo rechazo de los estudios, motivado por sus últimos fracasos de taquilla.

Cansado del sistema de estudios, Coppola decidió invertir su fortuna personal en Megalópolis y puso $120 millones de dólares de su propio bolsillo, para lo cual debió vender su bodega.

Tráiler de Megalópolis:

 

Así surge Megalópolis, una película ambiciosa que plantea una reflexión distópica que intenta reflejar las actuales falencias de los valores y del sistema político estadounidense, y cómo la nación es vulnerable a las mismas fuerzas que, en su momento, llevaron al declive de la República Romana. Sin embargo, a pesar de su impresionante visión artística, la película se hunde bajo el peso de sus propias ambiciones.

Protagonizada por Adam Driver, Megalópolis sigue a César Catilina, un arquitecto visionario que sueña con transformar Nueva Roma en una utopía moderna. Pero su lucha por el idealismo lo enfrenta a Franklyn Cicerón (Giancarlo Espósito), el cínico de la ciudad, quien prefiere llenar la ciudad de casinos y monumentos decadentes. La tensión entre ambos se complica aún más cuando Julia (Nathalie Emmanuel), la hija del alcalde comienza una relación romántica con César, desencadenando una historia de amor imposible con tintes de tragedia griega.

Visualmente, Megalópolis es una gran hazaña. Con la cinematografía de Mihai Malaimare Jr. y un diseño de producción que mezcla elementos romanos con un estilo futurista, la película logra dar vida a Nueva Roma, una especie de Nueva York moderna que se tambalea entre lo vanguardista y lo decadente. Pero mientras la estética brilla, el guion carece por completo de rumbo.

Una apuesta visual impactante. Crédito: American Zoetrope

Coppola intenta abarcar demasiado: lucha de clases, corrupción política, amor, arte y un lamento por la pérdida de los valores democráticos. Pero en última instancia, la ejecución termina siendo desordenada, al punto en que es casi imposible seguir el argumento de la historia.

Las actuaciones tampoco ayudan. A pesar de que Coppola logró reunir a grandes talentos como Adam Driver, Aubrey Plaza, Laurence Fishburne, Dustin Hoffman, Jason Schwartzman y Talia Shire, entre otros, las actuaciones se sienten exageradas y fuera de tono.

Adam Driver, por su parte, logra dar un poco profundidad a César, un hombre marcado por el idealismo y los secretos oscuros de su pasado, pero poco memorable. En tanto, LaBeouf como Clodio, parece una caricatura mal hecha, mientras que Aubrey Plaza interpreta a una periodista financiera con un nombre extravagante, que tiene poco para ofrecer.

Las actuaciones tampoco sacan a flote la película. Crédito: American Zoetrope

En el fondo, Megalópolis falla debido a sus excesos. Coppola introduce ideas interesantes, como la capacidad de César para detener el tiempo, pero las abandona sin explorarlas a fondo. Las subtramas se acumulan sin sentido alguno, y el enfrentamiento final entre César y Cicerón se siente desordenado y anticlimático.

Francis Ford Coppola no necesita otro gran proyecto para demostrar que es, fue y será uno de los grandes visionarios del cine. Resulta incluso admirable que a sus 85 años se sienta motivado a seguir contando historias y que, por sobre todas las cosas, apueste a asumir riesgos en un momento donde Hollywood va a lo seguro y repetitivo. Sin embargo, Megalópolis se hunde en su propia ambición, sin ritmo y con poca coherencia.

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