Godard, un hombre al que el cine le quedó chico

Godard, un hombre al que el cine le quedó chico

El cineasta francés fue historia mucho antes de su partida, que marcó un antes y un después en el cine y que jamás durmió en sus laureles.

Nicolás Berte

A veces hay una entendible tendencia de rotular a las personas como directores, guionistas, productores o todos ellos juntos, cuando se refiere a alguna figura del cine. Y cuando pienso en Jean-Luc Godard me resulta bastante complejo nombrarlo como alguno de ellos. 

No porque no haya escrito o dirigido películas, sino porque su aura se extiende mucho más allá que la de cualquier otro realizador cinematográfico. Sus inicios se dieron con la Nouvelle Vague, es cierto. A bout de Souffle a principios de los 60, fue un primer atisbo de lo que propondría Godard en el arte audiovisual. Su constante evidencia del montaje, que consistió en cortar algunos fotogramas para romper con la continuidad tan sagrada en el relato clásico marcó un precedente, entre tantas otras apuestas del cine francés de esa década. 

Influenciado entre otras corrientes, por el cine soviético de los años 20, creador del montaje de atracciones y con un contenido político más que evidente, Godard defendió siempre la idea de que todo cine es político y jamás dudó en defender sus posturas. Justamente a finales de la década del 60, con la Nouvelle Vague más establecida en el mundo del cine, defendió el boicot al Festival de Cannes, junto con Truffaut, Polanski y otros cineastas, en apoyo a los estudiantes y obreros que participaban en las revueltas del movimiento conocido como Mayo Francés

Godard, Truffaut y otros realizadores durante el apoyo a la protestas del Mayo Francés 

Justamente allí comenzó una etapa más experimental, donde incursionó en nuevas formas de expresión que no resultaron tan eficientes como las propuestas en Pierrot le fou, Alphaville o La Chinoese, reconocidas obras de la primera etapa como director. Criado como crítico en Cahiers du Cinema, bajo el ala de uno de los teóricos más importantes de la historia como Andre Bazin, Jean-Luc jamás se conformó, ni siquiera tras haber cambiado la historia del cine. Fue un constante cambio, para bien o para mal. Su carrera tomó caminos particulares, incluso diferenciándose de Truffaut, con quien escribió muchas de las películas de la primera década. 

Su aporte fue más allá del cine, sus experimentaciones en lo audiovisual exploraron la semiótica, la política y lo social. Un hombre que, lejos de las primeras planas, fue grabando su nombre en la historia del séptimo arte. Sus incontables obras maestras serán prueba de su capacidad como realizador, pero sus experimentos y hasta obras fallidas oficiarán también como la muestra de su faceta revulsiva y crítica. 

Su última obra, El Libro de las Imágenes, quizás sea un resumen bastante justo de la esencia de Godard. Un amante del cine, un genio, un revisionista, y, ante todo, un nombre para la historia misma. 

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